dimarts, de juliol 26, 2011

La ética de la lucha por la supervivencia como criterio de inclusión y exclusión moral (4)

La necesidad de una vida metódica
No debemos perder de vista que la ética de la lucha por la supervivencia, ha funcionado como una metáfora al socaire de las tesis de Darwin y de Hobbes. Tanto la lucha por la vida como la selección natural han inspirado lo que se conoce como una ética "contrastante", es decir, una moral de contraste[1]. Esta ética ha dado como resultado una proyección sobre la propia naturaleza que se concreta tanto en el modelo hobbesiano de un estado liberal como en el modelo malthusiano de la economía y la práctica productiva de la selección artificial. Ahora bien, desde finales del siglo XIX se sabía que la lucha económica no era una consecuencia directa de las teorías de Darwin[2].
En este reconocimiento de la necesidad de regular la vida, cabía perfectamente, la disciplina y la vida metódica de la que hicieron gala, como no, los calvinistas. Si la manera de ganar en la naturaleza es crear normas en la sociedad, la forma de triunfar en la lucha por la existencia es disciplinar la propia vida. En consecuencia, luchar por la vida va a querer significar trabajo duro y disciplina rigurosa. Las armas: instrucción, educación, laboriosidad, actividad y energía. Pero por muy buenas que sean las herramientas nada se conseguiría si no se dispusiera del carácter, es decir, honradez, discreción, integridad, paciencia y buenos hábitos[3]. Es decir, la lucha se sitúa en una escala ética. Andamiaje y cuidado de sí mismo. Cada cual depende de sí mismo en un sentido absoluto, y, por lo tanto, hay que trabajar lo que se debe llegar a ser. Aunque más adelante insistimos en ello, valga este ejemplo: “Te conviene, pues, coordinar y metodizar tus trabajos y el régimen de tu vida de tal manera, que puedas dedicar tu atención y tu empeño a la consecución de estos dos fines: aumentar el caudal de tus conocimientos y labrarte una fortuna”[4].
Con la introducción del darwinismo social, la vida quedará transmutada completamente. Si en el pasado “vida” era sinónimo de “trabajo”, quizás también de sufrimiento, ahora adquirirá la acepción de “lucha” y de “competencia”. Tiempo atrás eran las circunstancias las que mandaban, ahora será el propio hombre el que se erija en su principal enemigo. El darwinismo capitalista devolvía a Hobbes lo que el filósofo le había prestado, pero con intereses, es decir, incluyendo la plusvalía del azar: “(...) cuando apenas has dejado los juguetes por los libros, (...) no puedes prever la azarosa vida de lucha y trabajo que te espera”[5]. Lucha y suerte. En esta línea hobbesiana, no resulta extraño en absoluto que la guerra fuera considerada, como lo fue, una manifestación del espíritu de competencia.
Algunas consecuencias de estas proyecciones históricas han resultado tan importantes que aún se encuentran enormemente presente en las sociedades actuales. Se trata, efectivamente, del individualismo exacerbado y de la valoración de la rentabilidad y la competitividad atendiendo únicamente a un criterio crematístico (el perjuicio ecológico, aunque cada vez más y mejor valorado, no se encuentra presente en la contemplación de la viabilidad de las empresas, por ejemplo, ni mucho menos en las cuentas de resultados)[6]. No debería ser necesario aclarar que tanto el individualismo como la competitividad son causa principal de la crisis ecológica mundial. Al promover un fuerte individualismo, y vincularse estrechamente al progreso social, la "lucha por la existencia" y la "selección natural", que han actuado como metáforas, han favorecido patrones de un consumo hiperbólico y de explotación del ambiente natural.
Pero no tiene nada de natural, ni tampoco de científico, suponer que las sociedades se pliegan, se comprenden y se explican atendiendo a nociones darwinianas. Tampoco es natural entender la necesidad indudable de un mundo moderno-liberal, que ha sido, parece evidente, tanto causa como consecuencia de las propuestas naturalistas. Y, no obstante, no es extraño encontrar aún estudiosos de la ecología que suponen que la visión esencialmente social que se ha destilado de los trabajos darwinianos constituye un hecho natural, sin más.
Al final, lo que ha derivado de la proposición de la lucha por la supervivencia ejemplifica a la perfección, insistimos, lo que Michel Foucault llamó “producción de discursos verdaderos” a partir de unos postulados determinados. La ética de la supervivencia es tan importante que es opinión común considerarla parte esencial de la naturaleza, de la naturaleza natural y de la naturaleza humana, actuando entonces la ética de limitadora del individualismo, considerado también natural[7]. Ideas que fueron denunciadas, en su preciso momento y en su justa medida, por Kropotkin. Así, el autor de La ayuda mutua declaraba que la creencia en "la lucha dura y despiadada por la vida" acabó por convertir “semejantes opiniones (…) en una especie de dogma, de religión, de la sociedad instruida..." [8].
Sea como fuere, históricamente se ha vinculado la metáfora de la lucha por la existencia a una representación exacta, casi un modelo de explicación teórica, de las relaciones naturales; curiosamente, “(...) un modo derivado de las relaciones sociales moderno-liberales, paradigmáticamente definidas por Hobbes” en opinión de Rozzi i Massardo. Además, estos autores han señalado que “(...) todavía podemos encontrar signos de la influencia de una ética hobbesiana sobre las teorías ecológicas en nuestros días”[9]. Una muestra más de la pertinencia de Darwin para nustras valoraciones pedagógicas.
Las consideraciones que acabamos de hacer no escaparon a los socialistas del siglo XIX. Así podemos entender las discusiones que se iniciaron en torno a la expresión “los más aptos”, puesto que, a pesar de los esfuerzos para crear la sinonimia, no tiene idéntico significado en los discursos referidos a la naturaleza que en los referidos a la sociedad. Sin embargo, vale la pena contemplar que la sociedad, la pedagogía misma, se interpreta en clave naturalista; incluso el lenguaje deviene un lenguaje biológico que llega a hablar de "las necesidades de la especie" en lugar de, por ejemplo, el deseo sexual. De esta manera una buena parte de los enfrentamientos teóricos del socialismo militante giró alrededor de la discusión de esta expresión porque la burguesía había utilizado Darwin en beneficio propio de tal manera que acabó por confundir al obrerismo, a pesar de los esfuerzos de Anselmo Lorenzo, el prestigioso traductor de la Escuela Moderna de Ferrer, por patentar la trampa:  “no condeno a Darwin, sino a la burguesía que lo ha utilizado”[10].
De hecho, una parte de lo que estamos diciendo ya fue anotado hacia 1880 por Frederick Engels. Efectivamente, en su obra La Dialéctica de la Naturaleza escribió: "La teoría darwiniana de la lucha por la superviviencia es simplemente la transferencia de la sociedad capitalista y de la teoría económica de la competencia a la naturaleza orgánica"[11]. Engels, en resumidas cuentas, llamó la atención sobre la analogía entre la competencia biológica y la económica que, de hecho, se reforzaban mutuamente. Liberalismo y naturalismo en perfecta simbiosis. La importancia de la economía daba como resultado que la naturaleza se interpretara con un criterio material con el objetivo de legitimar la ideología liberal. El enfoque de una economía competitiva, un sistema social y político, acabará por legitimarse apelando a la biología y a la naturaleza. Hasta nuestros días.


Esteruelas Teixidó, A. (2009). “La ética de la lucha por la supervivencia como criterio de inclusión y exclusión moral”. A Berruezo Albéniz, Reyes i Conejero López, Susana(Coord.). El largo camino hacia una educación inclusiva: la educación especial y social del siglo XIX a nuestros días. XV coloquio de Historia de la Educación. Pamplona 29, 30 de juny i 1 de juliol (pp. 139-146). Pamplona: Universidad Pública de Navarra.

[1] Rozzi, R.; Massardo, F. (1999). Artículo citado.
[2] Lafargue, P. (1974). El derecho a la pereza. La religión del capital (4a de Manuel Pérez Ledesma ed.). Madrid: Editorial Fundamentos, página 6.
[3] Cuyàs i Armengol, A. (1918). Obra citada, página 10-11.
[4] Cuyàs i Armengol, A. (1918). Obra citada, página 111.
[5] Cuyàs i Armengol, A. (1918). Obra citada, página 10. El elemento azaroso es muy significativo porque ejercerá la función de transvalorador. Poco a poco, el azar irá ganando terreno hasta convertirse en el sistema capitalista en un “capitalismo de casino”, como lo llamó Susan Strange, (1986), Casin Capitalism, Oxford.
[6] Este hecho es conocido de forma general. Véase, por ejemplo, el artículo citado de Rozzi, R.; Massardo, F.
[7] Es preciso recodar que Joan Bardina cuando se refiere a la lucha humana pone como ejemplo la naturaleza, incluso la microscópica. Bardina i CAstarà, J. (1916). Obra citada, página 61.63.
[8] Kropotkin, P. (1902). Introducció. En Kropotkin, P. (1970). Obra citada, página 17.
[9] Rozzi, R.; Massardo, F., (1999). Artículo citado.
[10] Lorenzo Asperilla, A. (1912). El derecho a la evolución. El Porvenir del Obrero, 312.
[11] Diamond, J.M. (1978). Niche shifts and the rediscovery of interspecific competition. American Scientist, 66: 322-331. Citado por Rozzi i Massardo. (1999). Artículo citado.